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¡EL GAFE VENCE!

¡EL GAFE VENCE!

Corresponsal de guerra

2 de junio de 1921

Sidi Dris rechaza el ataque enemigo, dejándoles cientos de bajas

Comandante Julio Benítez

El comandante d. Julio Benítez Benítez, héroe de Sidi Dris

Filiberto Panzarotti, Annual-

Victoria y derrota, cara y cruz, baraka y fatalidad. La veleidosa diosa Fortuna depara sorpresas cada nuevo amanecer. Pero ante los incontrolables avatares del Rif siempre habrá héroes de gestas incomprensibles. Además de las tópicas chapuzas nacionales, los españoles también saben hacer las cosas bien, si están bien mandados.

Hay hombres sin suerte, considerados gafes entre sus hombres. Que allá donde son destinados se monta un belén. Que saben que deben dejarse la piel junto a sus compañeros de guarnición para salvar cada uno de sus días. Que asumen su mala suerte y se aprestan a sobreponerse a todo, día a día. Que saben que van a ser cruciales en la historia. Fieles herederos de Sagunto y de Numancia, que mueren, pero nunca se rinden.

De esta pasta es el comandante del segundo batallón del Ceriñola, del 42, d. Julio Benítez y Benítez, al mando del blocao de Sidi Dris. El último bastión más allá del maldito río Amekran. Objetivo de las iras de los harqueños que buscan venganza.

Dicen que sus continuas discusiones con Silvestre le suponían siempre comandar las posiciones más arriesgadas. El amor de Benítez por sus hombres era recíproco. Era el mejor oficial. Hombre cabal y cauto, que odiaba los riesgos porque los conocía. Pesimista que alarmaba de constantes peligros.

Un incordio. Tanto para el confiado alto mando que desde los despachos ansiaba la gloria política, como para los reclutas que veían en él a un gafe que les comandaría en una misión peliaguda. La muerte se podía sentir junto a él. Estaba predestinado a morir con honor, y más pronto que tarde.

Hombre de mal fario. Pero querido y admirado. Era siempre el primero en dar ejemplo. En dar sus suministros a sus hombres, en pasar hambre y sed antes que los suyos, en desechar los privilegios que otorga el mando en plaza. Un profesional de los pies a la cabeza, un verdadero líder que predica con el ejemplo para su parroquia.

Y sabía que pronto habría de llegar su hora definitiva y sacrificaría su vida antes que la de los suyos.

A pesar de sus desavenencias con Silvestre y con todos sus superiores, era sencillamente el mejor. Y en vez de tener mal fario, cualquiera querría tener a Benítez en primera línea de fuego. Pero el sambenito no se lo iba a quitar ni la Virgen de los Remedios.

Benítez siempre avisando de que viene el lobo. Burlescamente apodado por oficiales Francisco Bastos. Los que pintaban, pero solo él podía ver.

Cara para los rifeños. Los caídes repartían su botín de Abarrán. Poca cosa salvo los cañones. Muchos españoles escaparon y no pudieron saciar sus gumías. Muy pocas pudieron bañarse en sangre española. El río tampoco se cubrió. Los cuerpos deshechos de los caídos no daban para tanto.

Cruz para los caídos con honor. En el cielo, porque en la tierra quedarían allí
abandonados al inmisericorde sol y las alimañas del Rif. Y para un aturdido y deprimido Silvestre que inmediatamente fue a Annual al conocer lo sucedido.

La harka de Beni Urriaguel, crecida en número con los de Temsamán, salió de inmediato a por Sidi Dris.

Antes de que saliera el nuevo sol comenzó el hostigamiento de miles de Pacos sobre el blocao que no se rendiría. No mientras Benítez lo comandara. Como era de esperar, el gafe no tardó demasiado en resultar herido de bala. Poca cosa para su mala suerte, que le permitió continuar al mando.

Informado del ataque, ordenó Silvestre a la 2a escuadrilla de Zeluán un reconocimiento aéreo. Dos De Havilland cumplieron el servicio.

La Armada había sido previsora y había enviado al cañonero Laya a cubrir la zona. Su cañoneo fue muy eficaz, gracias a la corrección de tiro desde el aire por parte de los De Havilland en su camino de regreso.

El tiroteo era muy intenso. Horas de sol ardiente, fuego y brisa salada del mar sobre las heridas abiertas. No se iban a amilanar los moros, que esperaban el anochecer para su asalto. Ni aunque poco antes del anochecer otros dos De Havillan DH-9 ahora ya bombardearan a las concentraciones moras. 10 bombas alemanas, 8 francesas y 4 incendiarias sobre las cabezas de los del Rif no iban a ser suficiente para frenarles.

La Armada aprovechó la mínima tregua que venía del aire para desembarcar a un
contramaestre, 14 marineros y dos ametralladoras, al mando del alférez de navío d. Pedro Pérez de Guzmán, quien recibiría la medalla del mérito militar por heroico comportamiento durante la defensa de aquel día. El pelotón se unió a los sitiados, junto a la artillería al mando del teniente Galán. Una vez más y necesariamente, los cañones a cota cero.

Reforzados los moros y apoyados en la oscuridad de la noche vino el asalto en masa. Un griterio aterrador. Allahu Akbar!

Temblor de la roca y en las manos que sujetaban los fusiles españoles. Vivas a España para enardecer. A uno mismo y a los demás. Tensión de cuchillos. Bayonetas caladas. Firmeza y orden ante el terror. Abnegación ante la fatalidad al más puro estilo Benítez.

Un disparo de Mauser.... Alto el fuego... esperen a mi señal...

Los moros alcazan la alambrada... FUEGO A DISCRECIÓN!

Los moros dentro del perímetro. Humo, sudor y sangre. Y un ruido ensordecedor que los soldados casi no podían percibir. La vida en segundos. El corazón a 200. Sudor en las manos que sujetan el rifle. Seca la garganta. Nervios a flor de piel.

Cae herido el teniente de artillería, pero inmediatamente toma el mando de sus cañones el alférez de navío...Cota cero... FUEGO!

Los insitentes gritos de “SOLDADO HERIDO” se entremezclan con los de la
multitud de estertores de los rifeños que sucumen a tiro de piedra, dentro de la misma posición, por el fuego de las ametralladoras de la Armada española y los rifles y cañones de la fiel infantería de los de Benítez.

Pero no cejan en su empeño, no, tal es su fanatismo y sed de sangre española profetizada. Seguirán durante horas hasta casi el nuevo amanecer. Cuando salga el sol, habrán dejado la posición a los españoles. Ni rastro de la harka. Salvo sus centenares de muertos dejados entre el alambre de espino y las rocas de Sidi Dris.

Herido Benítez y de camino a la enfermería, algunos oficiales dijeron que aquello no había sido gran cosa. Una escaramuza rápida. Tanto se quejaba siempre Benítez, tanto exageraba los riesgos y tan solo habían sufrido 10 heridos los españoles. Ni un solo muerto. Envidia española también, tan común entre los mediocres.

Las chascas no convencían sin embargo al deprimido Silvestre. Sabía lo que era luchar y que había sido mucho más duro de lo que se decía. Que había pendido la suerte de todos de un fino hilo sujetado por Benítez y Pérez de Guzmán.

Llegaría Silvestre a discutir a grito pelado con su jefe el general Berenguer. Si se le pedía que cruzase el Amekrán de nuevo, no sería comandado por Silvestre. Hasta los fogoneros a bordo del Princesa de Asturias lo pudieron oír.

Berenguer, su amigo, que le pedía siguiera en ofensiva, le negaría refuerzos por 3 meses.

Política española, al fin y al cabo. Pero qué gran vasallo Benítez, si tuviera buen señor!

 

 

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