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¡LOS NOVIOS DE LA MUERTE!

¡LOS NOVIOS DE LA MUERTE!

Corresponsal de guerra

15 de septiembre de 1921

El cabo Suceso Terrero y sus 14 legionarios, voluntarios para morir en el blocao de la muerte

El blocao de la muerte

Fotografía de los restos del que ya será conocido por siempre como el blocao de la muerte.

Filiberto Panzarotti, Melilla-

Tras la alegría por la llegada a Melilla de la legión, tras las promesas y vítores, la exaltación y la fiesta, había llegado el momento definitivo de cumplir con el juramento de los legionarios de dar su vida para salvar Melilla. De garantizar con su vida la de todos los demás. Había llegado el momento de pagar con su propia sangre la sagrada deuda de lo prometido.

Serían hombres desconocidos, pendencieros de pasado turbulento, sin nadie que les esperase en casa, incluso delincuentes, pero también hombres venidos de otros países que ni siquiera habían oído hablar jamás de la ciudad de Melilla, en quienes ahora habría que confiar en aquel dificilísimo trance. Era eso o una muerte cruel.

La gente de Melilla se había emocionado con las arengas del Tte Coronel, d. José Millán- Astray. Creyeron en su juramento. Necesitaban hacerlo. Pero ahora que los moros les tiroteaban desde las afueras mismas de la ciudad, ahora que se libraba la batalla definitiva en el cercano monte Gurugú, que dominaba la ciudad, ¿cumplirán aquellos hombres desconocidos su juramento?, ¿cuánto habrá de cierto en él?, ¿en verdad morirán por nosotros? El sonido sordo de cada impacto de fusil moro sobre la ciudad se lo recordaba a cada momento a los melillenses.

Por las noches, cuando un cañonazo enemigo asustaba a los niños y estos se encondían bajo las sábanas de su cama y llamaban a Papá para que los consolara, todos los padres de Melilla les contaban el mismo cuento de hadas. Solo así podían tranquilizar a sus hijos.

Se recostaban abrazados en su pequeña cama y les decían:

- Cariño, no te asustes. La legión española nos protege. ¿Sabes quienes son los
legionarios? Te lo cuento. Son hombres valientes que han visto cara a cara a la
muerte.
- ¿Y cómo es la muerte, Papá?
- No lo sé, hijo, aún no la he visto de cerca, pero los legionarios sí. Y no se asustaron al verla, la miraron de frente a los ojos, sin pestañear. Dicen que son los novios de la muerte, que es su leal compañera, que solo pueden reparar las heridas que la vida les ha hecho, ve tú a saber las de cada cual, con una muerte gloriosa. Que sólo viven por su camaradería, por su amor a la patria y por hallar en la muerte su orgullo. Que tienen el corazón tan herido de muerte que solo viven para morir con honor. Por los compañeros, por todos, por España, por ti. Cuando hay un problema y tengas miedo solo tienes que gritar muy fuerte, ¡A mí la legión! Y vendrán a socorrerte. ¿A que los moros no tienen legionarios?
- No, Papá
- Pues por eso ya no hay nada que temer, ponte a dormir. Me tumbo a tu lado.
Cógeme fuerte.

Cada vez que contaban aquel cuento de niños pequeños, temían más y más que la cruda realidad que vivían distaba muchas leguas de cuentos de hadas y príncipes valientes. La dura realidad era que en Nador, Zeluán, Monte Arruit y un sinfín de lugares caídos al enemigo se habían producido atrocidades inimaginables. Y el siguiente paso, a tiro de piedra, eran ellos mismos y sus propios hijos.

Cubriendo el flanco Este del Gurugú, en posición estratégica que defendía el paso a la propia ciudad estaba situado el minúsculo blocao de Dar Hamed, llamado El Malo. Totalmente expuesto, rodeado de miles de enemigos, en primera línea de fuego. Batido a todas horas, día y noche, no solo por los Pacos, sino también por la abundante artillería capturada por el enemigo en el desastre previo.

Y la delgada línea roja no era sino una caseta con capacidad para no más de 20 apiñados soldados.

Arreciaba la furia mora a cada momento. Tan cerca estaban de su gloria final, tan cerca estaban ya de Melilla. Tan grande había sido su victoria hasta entonces. Tanto odio y tanta desazón por ver tan de cerca la victoria total y no poder cogerla con sus manos. Tanto y tanto odio a aquellos legionarios y más aún a los bravos regulares, moros como ellos, que daban su vida por negarles la victoria. Empecinados, locos. Más y más fuerzas se concentraban por minutos sobre el blocao de la muerte. Era ahora o nunca. Y ese minúsculo blocao con cuatro gatos defendiéndolo los estaba frenando. La ira corría por la sangre mora tanto como la rabia por la española. Era la hora final. La batalla definitiva. Y nadie iba a ceder.

Era la eterna lucha de moros y cristianos, de Dios o Alá, de cada cual luchando por su forma de vida, por su familia, por sus hijos. La lucha en Melilla por ser español o simplemente dejar de ser. La lucha mora por conseguir lo que creen que debería ser suyo y que desde hace más de 500 años no era sino español. Por cientos de años había vivido Melilla en paz. Por aquel entonces ni existía el Rif, ni el mismo Marruecos. Y ahora se enfrentaban a su desaparición, de la ciudad que era, de ellos mismos, de sus familias.

El 15 de septiembre guarnecía El Malo el batallón disciplinario de Melilla. En concreto, el teniente d. José Fernández Ferrer y 20 de sus hombres, que habían llegado el día anterior a relevar a los legionarios que allí estaban tras varias semanas en la posición. El relevo bajo el fuego enemigo se realizó durante horas, hombre por hombre, bajo fuego enemigo.

La intensidad de los tiros de fusil y de cañón fue acrecentándose. Por la noche, con el teniente herido de gravedad, la posición era insostenible. Pero se ganó la noche y la mañana del 15 trajo una ligera tregua que sirvió para que el teniente herido enviase hombres a la siguiente posición para pedir el relevo a los legionarios.

Si bien el teniente legionario d. Eduardo Abulla se presentó voluntario para acudir, le fue negada la autorización. Era mucho más importante mantener su posición que aliviar a la del Malo. Sólo se le permitiría enviar un pequeño refuerzo al Blocao de la Muerte.

Cuando el teniente legionario pidió voluntarios que sabían que iban a morir, todos los presentes dieron un paso al frente. Todos. De forma que tuvo que elegir de entre todos los soldados a aquellos que tuvieran menos cargas familiares, a los que su segura pérdida fuera menos traumática para sus familias. Duro trance para un caballero que no tenía autorización para poder ir él mismo.

Al mando de los 15 elegidos para la gloria, el legionario de primera, d. Suceso Terrero López. Se despidieron de sus amigos legionarios con abrazos, lágrimas y orgullo tras escribir las cartas de despedida a sus familias e incluso donando todos su dinero a la Cruz Roja, para el cuidado de sus hermanos de sangre, ya que ellos no iban a necesitar ni dinero, ni cura.

Llegaron todos al blocao de su tumba al anochecer abriéndose paso entre los enemigos con la bayoneta calada. Dispararon hasta agotar su munición. Falleció de varios tiros el teniente herido del disciplinario, d. José Fernández Ferrer. Seguían en pie los legionarios.

Lo harían hasta su muerte mientras Suceso Terrero lanzaba Vivas a España y Vivas a la Legión. A media noche, ya sin munición que disparar y ante la gravedad de la situación se ordenó a un legionario y a un soldado del disciplinario que salieran del blocao para llegar corriendo a la segunda caseta a pedir refuerzos.

Un cañonazo destruyó el blocao y entraron los moros al asalto a cuchillo.

A la mañana siguiente, uno de los primeros en llegar fue el legionario de segunda Pagés, un joven catalán, que cogió en sus brazos el cuerpo del ya cabo Suceso y dijo:

- “Perdóneme por no haber podido llegar a tiempo de salvarles”.

Los legionarios tienen un grito de guerra: Viva la Muerte. Es algo incomprensible. Una pura contradicción. ¿Cómo va a vivir la muerte? Es absurdo. Los mayores filósofos e intelectuales lo tachan de patochada, de fanfarronada, de chulería estúpida de cantina, de una aberración, de una salvajada, de un sin sentido, de cosa de locos.

Pero las personas corrientes entenderán fácilmente su sentido. La muerte gloriosa cambia la historia y vive por siempre. La muerte gloriosa es la vida de un futuro mejor. Es el sacrificio personal por el bien de los demás. Es el mismo nacimiento y vida de la Legión. Hasta entonces, solo un cuento para niños, que vio hacerse realidad y por siempre en el Blocao de la Muerte.

Y mirándome frente al espejo y en contraposición al eternamente imborrable espejo de los héroes del Blocao de la Muerte, termina con este artículo mi vida como Filiberto Panzarotti periodista. No me busquéis pues no me podréis encontrar salvo en primera línea de fuego. Tampoco existirá más Filiberto Panzarotti pues me he alistado hoy mismo con nombre falso en la Legión Española.

¡Viva la Muerte!

Cabo legionario:
Suceso Terreros López
Legionarios:
Lorenzo Camps Puigredon
Juan Vicente Cardona
José Toledano Rodríguez
Manuel Duarte Sosa
Gumersindo Rodríguez
Juan Amorós Lenix
Francisco López Velázquez
Enrique García Rodríguez
Ángel Lorinz Berber
Francisco López Hernández
Rafael Martínez Rodenas
José Fuentes Valera
Félix de las Ajeras Alba
Antonio Martínez Villar
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