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NADIE DIRÁ QUE FUERON COBARDES

NADIE DIRÁ QUE FUERON COBARDES

Corresponsal de guerra

23 de julio de 1921

El regimiento de caballería nº14 de Alcántara se sacrifica para salvar a miles

Hombres y caballos muertos en las cargas del río Igan



Filiberto Panzarotti, Dar Drius-



Derrotada, lenta y plena de heridos caminaba la columna en retirada desde Annual. Cientos de kilómetros separaban a los 3.000 supervivientes de su destino en Melilla. Fácil presa para los enemigos que los hostigaban, si no fuera por la cobertura de las salidas a la carga sable en mano de la gloriosa caballería.

No habían tenido suficiente botín los rifeños con Annual. No habían saciado su sed de sangre con las mil almas que cayeron en la estrepitosa huida del campamento español. Brillaban al sol las más de las gumías sin sangre que las cubriese. Los menos, considerándose héroes afortunados, hijos elegidos de Alá, se afanaban por presumir luciendo su trofeo, sus dos orejas y rabo, prueba de su infame hombría.

Una larga y lenta columna de hombres obligados a caminar un infinito camino de derrota eran la presa perfecta para cualquier chacal. No había tiempo que perder con saqueos si se pretendía rajar un cuello con el que poder mostrar el grado de salvajismo propio al resto de la horda.

Los caballeros del Alcántara, sí del Alcántara, herederos de aquellos que hace 700 años protegían y recuperaban España en los momentos más cruciales de nuestra historia, estaban una vez más para cumplir con su deber, con su juramento, su código de honor, su forma de vida. Y de muerte.

Durante toda la jornada pudieron comprobar las atrocidades con las que las hienas se ensañaban con heridos y rezagados. Cómo se acallaban los gritos de terror y petición de socorro con los del júbilo por su asesinato. Cómo se ensañaban las alimañas con los restos de un pobre hombre con gran placer. Cuando los despojos no daban ya para más diversión, los dejaban allí tirados a la intemperie cual carroña, cual basura.

A los ojos de cualquier ser humano resultaba odioso, repugnante, insoportable. Pero a los ojos de los caballeros era mucho peor. Los estaban provocando. Les llamaban la atención desde la lejanía para que no dejaran de ver cómo se cobraban sus trofeos con sus hermanos. Aquellos salvajes no conocían el honor, pero sí la guerra, el terror y el engaño. Sabían que solo la caballería impedía que la columna entera cayese en sus garras. Y sabían que los españoles son gente de orgullo y de raza. Con suerte, las provocaciones harían que algunos incautos se lanzaran sobre ellos y cayeran en una trampa.

La arenga de aquella mañana del Teniente Coronel que comandaba el regimiento, d. Fernando Primo de Rivera, apeló también al orgullo de los caballeros, ¡a qué si no!. Ante el desastre y la infamia, entre los hombres de honor siempre se encontraría respuesta en el orgullo.

- ¡Soldados! Ha llegado la hora del sacrificio, que cada cual cumpla con su deber.

Si no lo hacéis, vuestras madres, vuestras novias, todas las mujeres españolas dirán que sois unos cobardes. ¡Vamos a demostrar que no lo somos!

La trampa se había tendido sobre el cauce seco del río Igán. Allí donde la columna tendría su mortal cuello de botella y serían cazados desde la distancia y las alturas como conejos. El general Navarro dio la orden a la caballería. Deberían cargar las alturas desde donde hostigaban los rifeños para proteger a la triste columna.

Sonaron las cornetas, los cascos de los caballos y los sables. Se formaron rápidamente los 5 escuadrones.

- !Al paso!...!Al trote!...!Desenfundad sables!...- ¡Viva España!...¡A la carga!

Los moros disparaban a los caballeros desde sus parapetos. Pero sonaban las cornetas con más fuerza aún. Nada los podría parar. Seguían en su carrera a la muerte gloriosa con mayor y mayor rabia. La locura de los hombres y sus caballos los llevaba raudos hacia su destino final. Tercos, con la mirada perdida en el objetivo y el corazón pleno de rabia y orgullo acrecentaban la marcha a cada paso, a pesar de que un compañero cayese a plomo a su lado. Los hombres que pierden sus caballos intentan proseguir a pie. Si caía el guión, otro lo portaba.

- ¡Viva España!...!A la carga!...!Hasta la última gota de sangre!...!Santiago y cierra España!

Los rostros de los moros se tiñeron primero de asombro y luego de terror mientras los 700 caballeros se sobreponían al tiroteo y se acercaban blandiendo sus brillantes sables.

Tras cada carga, serían una y otra vez objetivo de los rifles moros. Pero nada importaba a quienes han decidido ser héroes, para quienes han decidido su sacrificio por su honor y por salvar a todos los demás. Rabia y más rabia contra la barbarie. Una vez más se volvía a formar para iniciar una nueva carga, incluso los heridos.

Durante las muchas horas que llevó el paso de la columna no dejaron de sonar con fuerza las cornetas. Cuantas más bajas y menos hombres quedasen, con más fuerza sonaban las cornetas, con más rabia se apresuraban los hombres a cumplir con su deber.

Tras las 7 primeras cargas, con los caballos reventados y heridos los pocos hombres aún por encontrar su final, era necesaria una carga más. Aún pasaban heridos por el río seco a los que había que proteger con el sumo sacrificio de los caballeros. Entonces ocurrió lo más increíble.

Nadie quiso faltar a esa última carga. Todos querían ser hombres de honor sabiendo que sería su final. Los herreros, cocineros y veterinarios quisieron unirse a la última carga. Hasta los niños del regimiento, con sus cornetines, quisieron ser hombres. Todos lo fueron, todos caballeros laureados con la gloria que jamás se olvidará.

La carga no pudo pasar del paso. No podían sino andar ya los caballos. Fue un sacrificio eterno que salvó el honor de España y la vida de 3 mil almas. Más de 600 caballeros dieron su vida, incluidos 5 niños. Quedan ahí por siempre.

En la oscuridad y la calma de la noche, si escuchas bien, aún se puede escuchar una ligera pero potentísima brisa con eco de los caballeros del Alcántara en su hora definitiva. Jamás nadie los llamará cobardes. Siempre serán laureados con el honor de los caballeros.

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